jueves, 21 de mayo de 2015

Cuestión de perspectiva

Para nosotros fue un mini incidente. Para ellos, un grave accidente, un accidente moral. Sí, moral.


Fue el domingo a la tarde. Le dimos con el espejito al faro de la camioneta que estaba a nuestra izquierda, mientras frenábamos en un semáforo. Se lo rayamos. Bueno, si me piden que sea específica, le dejamos una estrellita en el medio del faro, y nuestro espejito se cerró hasta romper la ventana. Ojo, el espejo en sí está perfecto, sólo se rompió un pedacito del plástico que lo sostiene. 


Frenamos más adelante para ver qué daño le habíamos causado. El conductor bajó hablando por celular con la policía avisando dónde estábamos. Es que acá es obligatorio avisar a la policía todo accidente, por más leve que sea.

Por supuesto, a los 10 minutos teníamos a dos oficiales en la escena del crimen. La presentación pareció sacada de una película inglesa, sólo que en japonés: Buen día, mi nombre es Soichiro y mi compañero es Sato. ¿Están todos bien? ¿Sí? Registros y seguro, por favor. No es tan sencillo, sin embargo, cuando la licencia de Esposo es internacional y los policías no entienden si está vencida o vigente! Después de una hora de una escena en repetición constante de preguntarnos cuándo llegamos acá, le respondíamos en japonés, el policía hacía el switch a inglés y le dábamos la misma respuesta, ahora en inglés, nos seguían pidiendo el pasaporte, a pesar de tener tarjeta de residente, documentación más que suficiente para circular por la calle. Obviamente teniendo tarjeta de residente, no andamos con el pasaporte encima, y al principio no querían dejarnos ir con el auto a buscarlo. Estábamos a 25 km de nuestra casa y por un momento plantearon que fuéramos caminando hasta conseguir un taxi (por ahí no circulaba ninguno). 

Finalmente, se ve que nos vieron cara de decentes o que nos siguieron con mucha discreción, y nos dejaron ir a buscarlos y llevarlos hasta una oficina de tránsito, en la que los cuatro oficiales presentes se agolparon a nuestro alrededor para ver cada sello de entrada y salida de cada lugar, mientras al mismo tiempo revisaban una A4 en la que tenían traducido en dos columnas: 1- January; 2- February; 3- March, y así. Todo, para decirnos únicamente: cuando caduque este registro, si pasan tres meses en Argentina, pueden volver a sacar el internacional. Eso sólo! Pongo las manos en el fuego a que somos toda la acción que tuvieron en el mes.

El problema mayor vino el día siguiente. Lunes. De por sí, el domingo Esposo había tenido que avisar por teléfono a su jefa sobre nuestra peripecia, y creímos que con eso bastaba. Pero no. La empresa es una automotriz. Toda la oficina lo miraba como si hubiese contado que matamos bebés y cachorritos por diversión. Fue el asesino del día. Tuvo que llenar varios formularios informando lo que había pasado, con detalles, fotos, locaciones. El Gerente General llamó personalmente al señor de la camioneta para pedirle testimonio. El nivel de reporte llegó hasta el número 3 de la compañía, dos escalones más y llegaba al Presidente de la Empresa Motor Corporation. NO estoy exagerando, es literal. 

¿Tanto? ¿Seriamente? Por fotos y verbalmente, Esposo les explicaba que sólo fue el espejo, y que fue muy despacio ya que nos estábamos deteniendo en el semáforo, dato que el señor camioneta confirmó. No contentos con todo ese circo, le pidieron a Esposo que armara una Reunión de Emergencia para el día siguiente, en la que hiciera una presentación sobre las causas, consecuencias, reflexiones y necesidades de cambio en el futuro, para todo el sector. Ah, y para este mes, todo el sector tiene que preparar una exposición sobre la importancia el respeto a la seguridad vial. ¿Un poco mucho? Apenas, no?

Es que no es casual que Japón esté entre los países con menos accidentes de tránsito del mundo. De hecho, hace trece años consecutivos que las cifras de muertes por accidentes viales bajan año a año. Y no sólo las víctimas inmediatas, como tienen en cuenta los rankings en Argentina, sino que también se tienen en consideración las muertes ocurridas como consecuencia de un choque, hasta 30 días después de ocurrido.

Realmente no sé cómo se manejará el Luchemos por la vida japonés. Pero esta semana aprendí que, como muchas de las normas acá, no se trata solamente de "hacer las cosas bien" por la regla explícita, sino por la condena social que implica no hacerlo.

jueves, 14 de mayo de 2015

Nagoya

Foto: Internet
Nagoya es nuestra ciudad grande más cercana. Es, de hecho la cuarta ciudad más grande de Japón. Y es espectacular. 


Es muy linda y organizada. Muchas líneas de subte, incluyendo una que recorre una forma de círculo y conecta todas las demás líneas. Es prolija, ordenada, limpia, moderna, cosmopolita. 



Otsukanon
Foto: Internet


Tiene zonas para todos los gustos e intereses. Una cultural, con museos. Una muy tradicional en la que hay templos, un mercado callejero, con parte techada y parte no, muchos puestos de comida, ropa, artículos varios usados y nuevos, todas las chucherías más útiles o inútiles pero simpáticas que puedas imaginar, en Otsukanon. 




Vista desde la Nagoya Tower.
Foto: Internet.
La calle más comercial, con partes que se asemejan a Nueva York, se llama Sakae y tiene todos los locales de moda, ropa, perfumes, joyerías, electrónica. Restaurantes tradicionales, otros occidentales (hasta uno estilo Kansas, el Outback Steakhouse). Una vuelta al mundo para subir a contemplar la vista panorámica de la ciudad, en un segundo piso. Desde ella, además, se ven parques en las azoteas de los edificios. 
Nagoya Tower.
Foto: Internet.



La Nagoya Tower, que salvando las distancias -eternas-, es la Torre Eiffel de Nagoya, es la torre de TV más antigua de Japón, completada en 1954. Los cinéfilos pueden recordar las dos veces que fue derribada (en la ficción, por supuesto): la primera, nada más ni nada menos que por el gigante Godzilla, en 1964, como parte de Mothra vs. Godzilla, y más adelante, en su remake, Godzilla vs. Mothra, lanzada en 1992, donde el responsable de su destrucción fue Battra, mientras la criatura atacaba Nagoya.



Acuario Público de Nagoya.
Foto: Wanda Sadowski
Nagoya tiene además el puerto más grande y más transitado de Japón. Exporta muchísimo, en especial, para la industria automotriz. Entre los puentes gigantes que tiene y la cantidad de barcos del tamaño de pequeñas islas, es imponente. Pero no sólo es conocido por su actividad comercial-industrial, sino que además, es visitado por miles de turistas ya que ahí está el Acuario Público de Nagoya, que sabe ser hogar de orcas, delfines, manatíes, pingüinos, y muchos otros. Personalmente, no apoyo ninguna forma de cautiverio, pero tengo que admitir que lo visité, y que el estado en el que lo tienen es muy bueno. Por supuesto, elegiría que esos animales estuvieran en libertad, pero me consuela pensar que los chicos japoneses puedan crecer con una mirada de ternura y cuidado hacia los peces, y no sólo la de pesca y alimentación que tienen los mayores.



No escapa de algunos de los componentes de cualquier ciudad grande. Algún artista callejero tocando en una esquina "a voluntad", panfleteros repartiendo las razones de por qué colaborar con Greenpeace, con WWF, más de un borracho (de noche, eso sí) y miles de neones y leds llamando tu atención a cada metro caminado. Al ser Japón, sí hay quienes recuerdan con demasiado cariño Rápido y furioso 3: reto Tokio, y puede verse cada tanto alguna Ferrari o Porsche haciendo una maniobra a la que no cualquier mortal se anima, como trompos quemando caucho en algún semáforo.



Sin embargo, lo que más me impactó la primera vez que fui a Nagoya, fue su manera de optimizar los espacios. En un mismo edificio encontrás: en la planta baja (a la que llaman "Piso 1"), un restaurante. Segundo piso, peluquería; tercero, un Starbucks; cuarto, un bar; quinto, otro bar. Siguiente edificio: primer piso, local de ropa; segundo piso, restaurante; tercero, Tully's coffee; cuarto, local de equipos de electrónica y cámaras de fotos... Y un capítulo aparte (y un segundo guiño a Rápido y furioso en Japón), los estacionamientos. Son todos así (aunque este puntualmente es en Tokyo):


jueves, 7 de mayo de 2015

Esas cositas que mejor no

Hasta el momento, me declaro fan de Japón. Todo me gusta, todo lo disfruto. Por suerte, no tengo grandes dramas con la comida: salvo morrón crudo y mondongos, en general me gusta todo. He desayunado sopa de pescado sin chistar y algún que otro langostino sin pelar. El invierno fue duro, pero esta gente está tan preparada que tienen unos parches  que se llaman kairos que emanan calor. Tienen kairos para bolsillos, para medias, para manos, para espalda, para cuello, para el pecho de Riquelme, para todo. Y ahora que está lindo, salgo con una sola capa de ropa. No me molesta que se maneje doblemente al revés (del lado contrario en la ruta, y el volante a la derecha), sólo me llevó un par de sustos en los que todos venían en contramano hacia mí.

Pero sí, hay cinco cosas que me harían la vida acá más feliz si fueran distintas.

1- No hay tachos de basura por la calle. Como clasifican los residuos, no se puede tirar todo junto en un mismo tacho. Lo que no entiendo es por qué no ponen, justamente, distintos cestos, uno para cada uso. La situación es la siguiente: estás como nosotros, en el festival del pito. Te compraste una banana con forma de miembro, esposo se compró una bandeja de albóndigas de pulpo con salsa boloñesa, y cada uno su Asahi, la cerveza local. Recién arranca el festejo, todavía quedan unas tres horas de pitos marchando. Avanzamos entre miles de personas se pasean por la calle, chocándonos todos entre sí. Hete aquí que nos encontramos llenos y satisfechos, buscando la ubicación para la panorámica perfecta del desfile fálico. La conseguimos. Tenemos un sólo problema. Estamos en el evento más extraño de nuestras vidas, pero no podemos sacar ni una foto: estamos sosteniendo dos latas vacías, un cartón lleno de boloñesa, y una mano llena de chocolate. Por eso ahora, antes de comprar algo, planificamos estratégicamente cómo deshacernos de los cadáveres de nuestro tentempié. 

2- En los restaurantes, no suelen poner servilletas. Al entrar, la moza trae unas pequeñas toallas, húmedas y calentitas, para higienizarse las manos antes de comer, o bien toallitas húmedas descartables. Eso es lo que usan si querés limpiarte la boca, con esa toalla, mojada, y que además, muy posiblemente ya esté fría. Ya no pido más spaghetti con salsa, salvo que lleve un cargamento de carilinas. 

3- No hay toallas de papel en los baños. Solamente el soplador de aire para secarse las manos. Hay momentos en la vida que demandan una decisión. O esperas veinte minutos a que el soplador haga efecto, o te pasa como a mí, que en cuatro meses, nunca salí del baño con las manos secas. Por suerte, esposo todavía no se dio cuenta de que ese mimo repetitivo en su espalda cuando salgo, tiene una intención oculta. 

4- A pesar de que por la calle no se pueda fumar salvo en lugares específicamente señalizados para ello, sí está permitido hacerlo dentro de casi todos los restaurantes y bares. Aunque estén "separados" fumador de no fumador, es una separación tan simbólica como irrisoria. Separados por un pasillo, por una cortina. Estamos cenando en Nagoya con esposo por nuestro aniversario. El restaurante es muy lindo y paquete. Como muchos otros acá, está en un subsuelo, es decir, sin ventanas. Dos copas de vino blanco, una tabla de sushi interminable en la mesa, y cuando parecía la cena del milenio, el humo de la mesa de al lado me provocó un ataque de tos que dejó parte del sushi inhabilitado.

5- Sí, dije que no tengo grandes temas con la comida, porque en Argentina esto no sería un tema así que no estoy acostumbrada a llamarlo como tal. Pero en Japón, todas las comidas que son con pollo (pollo frito, empanado, sandwich de pollo, alitas de pollo, hamburguesa de pollo, sopa de pollo, patitas de pollo, etcétera) incluyen la piel. Pueden desarrollar el tren de levitación magnética que supera los 600 kilómetros por hora, ¿pero no pueden pelar una pechuga?