jueves, 29 de enero de 2015

Acá, con tatuajes, no

Hace unos días, fuimos a anotarnos a un gimnasio. Bien Flanders, fuimos hasta vestidos ya listos para arrancar ese mismo día, contentos, motivados. Entramos, nos ofrecieron que una de las chicas nos atendiera en inglés, se presentó la encargada, todo divino. Nos trajeron unos caramelos, mientras seguíamos a las risas con la encargada y la traductora. Tuvimos una charla súper amena y nos explicaron todos los planes de inscripción. Elegimos los nuestros y entregamos la tarjeta de crédito junto con las credenciales del seguro médico. Antes de pasar la tarjeta por el postnet, nos preguntan, Bueno, lo último, tienen tatuajes? SII! Respondimos, casi a punto de exhibirlos a nuestras nuevas amigas.

No se pueden inscribir, chicos. Zero tattoo policy.

No nos aceptaron por tener tatuajes (ninguno visible con ropa de gimnasio). No hubo ni lugar a discusión, ni mostrarle qué tan chicos o inocentes eran o dónde los tenemos. No se pudo hacer nada al respecto.

Es que a pesar de ser tan desarrollados, curiosos y globalizados con respecto a muchas temáticas (como por ejemplo la adoración completa que tienen por los Estados Unidos), no sólo son muy conservadores todavía con otras, sino que además, justo en lo que refiere a los tatuajes, es algo que asocian con frecuencia a la Yakuza (la mafia japonesa). Eso sigue siendo parte de su apego al manual. No importa que a todas luces seamos occidentales y que de ninguna manera podamos estar asociados a la Yakuza, una rama del crimen organizado ultra conservadora que sólo se tatúa con una técnica milenaria (y muy dolorosa) que ni por asomo nos hubiera aceptado, aun si lo intentábamos.... Bueno, el primer gimnasio en el que quisimos inscribirnos tiene unas reglas de admisión de una exigencia similar a la de la Yakuza.

Por suerte, encontramos otro gimnasio en el que no declaramos los dibujos de nuestro cuerpo, y pudimos anotarnos.


Foto: Internet

lunes, 26 de enero de 2015

Recalculando

S. y su esposo llegaron el mismo día que nosotros, somos las dos más nuevas del grupo argentino. Las dos le pedimos bastante ayuda a las demás chicas para las cosas que todavía nos cuesta entender, así que en lo que podemos, tratamos de arreglárnoslas solas. Por eso, como a S. le entregaron el auto que alquiló hace unos días, hoy salimos a dar unas vueltas por nuestra cuenta a descubrir lugares. 
Nos sentimos las reinas del mundo. Manejando en Japón. Sin depender de nadie. Yendo a donde nos lleve el destino... hasta que el destino hizo que todos los autos de la avenida vinieran hacia nosotras. En contramano.  
 Ya dije que en Japón se maneja por la izquierda?

jueves, 22 de enero de 2015

Un departamento japonés

El departamento es muy grande y muy lindo por dentro (por fuera es bastante similar al concepto que tengo de cárcel... incluso la puerta es metálica y corrediza e incluye un ruido algo tétrico). Es muy luminoso, el living tiene un ventanal grande con salida a un pequeño balcón que por razones estacionales vamos a mantener clausurado hasta fines de marzo. Para mantener la casa calentita, los japoneses usan unas estufas a kerosene... pero largan un olor que marea! Hicimos el intento pero no aguantamos más de diez minutos. Quedamos con olor nosotros, la ropa, la casa, el acolchado. Un escándalo. Tal vez en situación de extrema necesidad podamos ser un poco más tolerantes, pero teniendo dos aires acondicionados que nos calefaccionan bárbaro, nos pusimos en exquisitos.

Foto: Internet
El cuarto tiene las características clásicas que vemos en El último samurai, 47 ronin y demás films del género. El piso está cubierto con una especie de alfombra similar a la esterilla, que se llama tatami, y de ahí también, que los cuartos son tatami rooms. El cuarto está dividido en dos partes, como si fuesen dos habitaciones, por una puerta corrediza de papel. Uno lo usamos como habitación, y el otro como vestidor. También tenemos un balcón para las dos habitaciones, pero cerrado. Aprovecho para colgar ahí la ropa que lavo (por primera vez en mi vida estoy usando lavarropas, aunque todavía no me animé a la plancha para no hacer lío con las camisas de esposo que tan lindas le conservaron siempre en 5aSec).

El departamento también tiene una especie de cuarto/depósito, que llamamos el cuarto de Hugo, por los Simpson. La verdad, da miedo! Es muy oscuro, no tiene ni una ventana, y la luz no sólo se prende con esas tiritas que tenés que llegar hasta la lámpara y prenderla, sino que encima tarda unos 15 -eternos- segundos en encenderse. Evito a TODA costa entrar ahí!

Foto: Internet
Algo llamativo es que acá los baños están separados. Para que se entienda bien, los llamamos así: tenemos el baño del inodoro y el baño de ducharse. El baño del inodoro sólo tiene eso, el inodoro. Pero no cualquiera. Los inodoros japoneses incluyen un dispositivo con diferentes botones, ya que también hacen las veces de bidet. Con lo cual tienen botoncitos para regular la intensidad del agua, la distancia, la dirección, y hasta vientito secador; y lo mejor de todo para invierno: se calienta la tabla. No importa a qué hora o temperatura vayas al baño, la tabla está siempre calentita, ya que el inodoro va enchufado con electricidad! Entonces ahora que hace un frío terrible, y despertarse para hacer pis durante la noche es una catástrofe nacional, al menos está el consuelo de que la tabla está calentita.
Además, también desarrollaron otro dispositivo para no desaprovechar el agua. Cuando apretamos el botón, el agua que va a rellenar la mochila pasa antes por una canilla así nos podemos lavar las manos ahí, y recién después baja a la mochila. Ingenio y eficiencia al máximo. 

El baño de ducharse, por su parte, tiene el antebaño, que es a su vez lavadero (bacha, espejo y lavarropas), y  separada por una puerta corrediza, la ducha. Pero su forma de asearse es diferente: hay una ducha, a donde los japoneses primero se sacan la mugre, y al lado, una bañadera cuadrada, a la que entran una vez limpios. Lo curioso? La bañadera queda siempre llena y ellos, van entrando como si fuese una pileta, sin cambiar el agua (la comparte toda la familia, y la pueden conservar caliente), y después de usarla le ponen una tapa. Ojo, eso ellos. Todo bien con su cultura, nosotros comemos su sushi y nos sacamos los zapatos al entrar a casa, pero esposo y yo usamos el duchador adentro de la bañadera y nos duchamos ahí, sin llenarla de agua. Punto fin.


Foto: Internet
Lo último muy diferente con respecto a nuestras casas, es que ahora tenemos unos cinco tachos de basura, ya que acá la clasifican en los hogares (y en todos lados). Cada variedad tiene su color de bolsa estandarizada en todo el país. Usamos un tacho para residuos plásticos (que hay que lavarlos antes de tirarlos); otro para residuos "combustibles" que son los orgánicos, productos de limpieza, etcétera; otro para vidrios, y uno más para residuos metálicos. Al mismo tiempo, tenemos otro en el que vamos guardando las cosas reciclables (también lavados) como botellas PET, los cartones de leche, y otros de ese estilo, y los llevamos a la recicladora. Ah!! Y no se saca la basura cualquier día, sino que cada tipo de residuo tiene su día específico para sacarla: los lunes y jueves la que se quema, los viernes la plástica, una vez por mes la metálica...

Este último, junto con sacarnos el calzado en la puerta de casa y nunca usarlo adentro, son los dos hábitos que más cambiamos en la forma de vivir. Adoptamos la cultura del país que nos adoptó.


jueves, 15 de enero de 2015

Mudarse al otro lado del mundo

Quise preparar una picada, así que como en el súper no encontraba el queso, compré este paquetito que estaba entre los brócolis y el choclo de Granja del sol japonés. Buenísimo! Unos pancitos rellenos de cheddar! Esposo va a estar feliz". 
Llegué unos 45 minutos antes que él. Me saqué los zapatos, guardé todas las compras, puse a hacer el pollo. Cuando escuché la puerta abrirse, metí mis bollitos al microondas, así el cheddar estaba derretido. Qué esposa de lujo. Pensé que me estaba jodiendo cuando me dijo -y comprobé- que mis pancitos rellenos de cheddar eran, en realidad, unos bocaditos de crema pastelera.

Me trasplanté a Japón.
Después de unos meses de preparación, clases de idioma, de cultura, y varias despedidas, finalmente esposo y yo subimos al avión. 36 horas y tres escalas después, llegamos a Toyota shi, nuestra nueva ciudad. 
La primera impresión fue bastante fría y gris, especialmente viniendo de un diciembre argentino caluroso. No sólo llegamos con lluvia, sino que además, enero en este país es realmente muy frío. Las temperaturas promedio están entre los 0 y 5 grados, corre un viento que te corta la cara, y anochece a las 5 de la tarde. Hay que sumarle a la escena una exagerada cantidad de cuervos. A donde mires (piso, cables, árboles, alambrados), hay por lo menos una docena de cuervos graznando. El invierno nipón no es precisamente mi descripción más acertada de lo que es la felicidad, pero a su vez, disfruto cuando nieva en casa, así que tiene sus perlitas.

Por suerte, esa impresión tan poco alentadora se limitó a lo climático. Vivimos en un complejo de edificios en el que tenemos vecinos de todo el mundo: indios, indonesios, polacos, chinos, tailandeses, turcos, brasileños, e incluso varias familias argentinas, que en cuanto nos recibieron, nos empezaron a ayudar con toda la adaptación. Esposo (y el resto de esposos) durante el día trabajan, con lo cual la compañía de las chicas en un país tan extraño y lejano, está buenísima. Y después del incidente de los bocaditos de crema, me ayudan mucho en todo lo que es la vida cotidiana. Con esos no fue grave, pero en otros ítems es más complicado si no puedo distinguir la harina de jabón en polvo, o jugos frutales de suavizantes para la ropa!

Los japoneses, por su parte, son muy amables, atentos, y sumamente curiosos. No todos hablan inglés, y mi nivel de japonés es una suerte de pre-básico, pero entre señas, mi poco japonés y el par de palabras que entienden en inglés, nos comunicamos. Les interesa mucho de dónde somos, por qué vinimos, si nos gusta Japón, si estamos disfrutando, y se cansan de recomendarnos cosas para hacer y lugares para visitar. Se maravillan cuando esbozamos un par de oraciones en japonés. Son muy sociables y les intriga conocer sobre nuestra cultura.

Y yo estoy igual de intrigada por aprender sobre la de ellos.
Aichi, nuestra prefectura
Foto: Internet